Intentar verbalizar una primera experiencia con psiquedélicos (en realidad, cualquier experiencia psiquedélica) resulta mucho más complicado de lo que parece, no sólo por lo subjetivo, sino porque el mundo al que te asomas a través de esa ventana que abre la substancia (LSD, psilocibina... ) depende en gran medida de tu modo de ser y de tu estado de ánimo en ese momento. Desde mi punto de vista, quiero destacar la importancia del entorno, y por entorno no me refiero únicamente al espacio físico que nos rodea durante el viaje, sino también a la compañía, factor absolutamente fundamental. En este sentido, fui una auténtica privilegiada en mi primera experiencia. Mis tres acompañantes, veteranos psiconautas, me transmitieron la confianza y tranquilidad necesarias para afrontar por primera vez un trance de estas características, desde entonces, para mí, ya inolvidable. ¡Ah! Y quiero dedicar una mención especial al periodista Tico Medina, cuya presencia planeó durante un buen rato sobre nosotros al acordarnos de aquel artículo que publicó -bajo el título "Viaje al LSD"- allá por 1968, en el diario Pueblo, el cual le valió un premio a la popularidad ("naranja, naranja, naranja...").
Antes de mi iniciación psiquedélica, me había dedicado a leer todo lo que pude sobre el tema, básicamente lecturas de Antonio Escohotado -¡qué gran cabeza la de este hombre!-, lo que me ayudó enormemente a comprender a qué me iba a enfrentar y a modelar de alguna manera mi estado de ánimo y mi predisposición ante la experiencia. Hay que encontrar el momento adecuado para acceder a un estado modificado de consciencia. Creo indispensable poseer verdadera voluntad de hacerlo y alejar eventuales preocupaciones de la mente. Y si eso no es posible, sería preferible dejarlo para mejor ocasión.
Pero si decidimos lanzarnos a esa aventura, una vez ingerida la sustancia, no debemos olvidar nunca que estamos bajo los efectos de algo poderoso, que altera nuestra percepción habitual de la realidad. Si esto se nos pasa por alto, podríamos caer presos de un ataque de pánico.
Opino que también puede facilitar las cosas el hecho de no crearse expectativas de ningún tipo ante el viaje. Por lo que a mí respecta, en mi primera experiencia, ingerí dos micropuntos (150 gammas o micro gramos) de LSD y me dediqué a esperar. Lo que sentí durante las siguientes ocho horas no me defraudó en absoluto. Incluso diré que al principio, cuando había transcurrido una hora u hora y media de la ingestión, no sabía si aquello me había hecho efecto porque no reconocía los síntomas. Una mesa, en forma de fuelle, que respiraba pausadamente a mi izquierda, me sacó de dudas. Una sonrisa serena me acompañó durante gran parte del viaje, incluso a ojos cerrados, donde en ocasiones, las visiones no eran precisamente agradables, aunque no por ello dejaban de ser fascinantes. A mi modo de ver, hay otra palabra clave en todo esto: respeto. Respeto absoluto por la sustancia y por lo que te permite ver, antes y después de la experiencia. Agradecimiento y sometimiento a ella; hay que dejar que te inunde, te recorra, te penetre, abrirte la mente sin reservas de ninguna clase, con todas sus consecuencias. Yo, por mi parte, dediqué un rato a las presentaciones, cerré Los ojos y me ofrecí a ella. Nos reconocimos, la dejé hacer, y me gratificó con creces.
Y no solo gratifica, sino que también enseña; humildad, ésa fue la principal lección que extraje de aquel viaje iniciático. El psiquedélico té desnuda, te enfrenta a un mundo en el que no cabe la prepotencia o la soberbia. Sería bueno recordarlo y trasladarlo a nuestro estado habitual de consciencia. Y agradecimiento por el refuerzo del espíritu, por la claridad, la transparencia mental, que incluso puede llegar a abrumar. No hace mucho, he tenido una segunda experiencia psiquedélica -en esta ocasión con 20 miligramos de psilocibina-, igualmente maravillosa. Cuidé los factores externos y otra vez el entorno y la compañía eran inmejorables. No deseo hacerlo de otra forma.
Y no puedo finalizar estas líneas sin hacer un llamamiento a la responsabilidad, cualidad ésta tan poco común en nuestros días, y que, en el caso que nos ocupa, debería estar absolutamente presente. Responsabilidad y prudencia a la hora de decidir cuándo tomar, qué dosis y con quién. Esto no nos asegurará al cien por cien un buen viaje, pero es indispensable allanar el terreno... estes articulo fue publicado en el tercer numero de la revista ULISES.
Antes de mi iniciación psiquedélica, me había dedicado a leer todo lo que pude sobre el tema, básicamente lecturas de Antonio Escohotado -¡qué gran cabeza la de este hombre!-, lo que me ayudó enormemente a comprender a qué me iba a enfrentar y a modelar de alguna manera mi estado de ánimo y mi predisposición ante la experiencia. Hay que encontrar el momento adecuado para acceder a un estado modificado de consciencia. Creo indispensable poseer verdadera voluntad de hacerlo y alejar eventuales preocupaciones de la mente. Y si eso no es posible, sería preferible dejarlo para mejor ocasión.
Pero si decidimos lanzarnos a esa aventura, una vez ingerida la sustancia, no debemos olvidar nunca que estamos bajo los efectos de algo poderoso, que altera nuestra percepción habitual de la realidad. Si esto se nos pasa por alto, podríamos caer presos de un ataque de pánico.
Opino que también puede facilitar las cosas el hecho de no crearse expectativas de ningún tipo ante el viaje. Por lo que a mí respecta, en mi primera experiencia, ingerí dos micropuntos (150 gammas o micro gramos) de LSD y me dediqué a esperar. Lo que sentí durante las siguientes ocho horas no me defraudó en absoluto. Incluso diré que al principio, cuando había transcurrido una hora u hora y media de la ingestión, no sabía si aquello me había hecho efecto porque no reconocía los síntomas. Una mesa, en forma de fuelle, que respiraba pausadamente a mi izquierda, me sacó de dudas. Una sonrisa serena me acompañó durante gran parte del viaje, incluso a ojos cerrados, donde en ocasiones, las visiones no eran precisamente agradables, aunque no por ello dejaban de ser fascinantes. A mi modo de ver, hay otra palabra clave en todo esto: respeto. Respeto absoluto por la sustancia y por lo que te permite ver, antes y después de la experiencia. Agradecimiento y sometimiento a ella; hay que dejar que te inunde, te recorra, te penetre, abrirte la mente sin reservas de ninguna clase, con todas sus consecuencias. Yo, por mi parte, dediqué un rato a las presentaciones, cerré Los ojos y me ofrecí a ella. Nos reconocimos, la dejé hacer, y me gratificó con creces.
Y no solo gratifica, sino que también enseña; humildad, ésa fue la principal lección que extraje de aquel viaje iniciático. El psiquedélico té desnuda, te enfrenta a un mundo en el que no cabe la prepotencia o la soberbia. Sería bueno recordarlo y trasladarlo a nuestro estado habitual de consciencia. Y agradecimiento por el refuerzo del espíritu, por la claridad, la transparencia mental, que incluso puede llegar a abrumar. No hace mucho, he tenido una segunda experiencia psiquedélica -en esta ocasión con 20 miligramos de psilocibina-, igualmente maravillosa. Cuidé los factores externos y otra vez el entorno y la compañía eran inmejorables. No deseo hacerlo de otra forma.
Y no puedo finalizar estas líneas sin hacer un llamamiento a la responsabilidad, cualidad ésta tan poco común en nuestros días, y que, en el caso que nos ocupa, debería estar absolutamente presente. Responsabilidad y prudencia a la hora de decidir cuándo tomar, qué dosis y con quién. Esto no nos asegurará al cien por cien un buen viaje, pero es indispensable allanar el terreno... estes articulo fue publicado en el tercer numero de la revista ULISES.
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